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LUNES, 11 DE ENERO DEL 2016 - CET

El enigma que envolvía el nuevo disco de David Bowie, ‘Blackstar’, publicado el pasado viernes, día de su 69º cumpleaños, ya ha sido descifrado de un modo trágico: el autor de ‘Space oddity’, ‘Life on Mars?, ‘Fame’, ‘Heroes’ y tantos otros clásicos de la era pop llevaba 18 meses enfermo de un cáncer que sobrellevó con severísima discreción y que terminó con su vida este domingo por la noche. Como si de una siniestra ‘performance’ final se tratara, ese trabajo adquiere ahora otro significado, es el “regalo de despedida”, ha señalado su productor, Tony Visconti, de un creador que en sus últimos días transformó en material inspirador su convivencia con las tinieblas.

Ahora ya sabemos hacia qué umbral apuntaba esa estrella negra, el color no solo de la portada del disco sino de todo su interior, del propio compacto y del libreto, textos y créditos incluidos, en una superposición cromática que dificulta su lectura. Bowie no nos lo puso fácil en esta obra bella pero inquietante, pero su deceso ayuda a entender un poco más algunas de sus pistas más oscuras, esa apertura ensoñadora, apelando al “día de la ejecución”, o ese ‘Lazarus’ que alude a la resurrección bíblica, y en cuya letra se sitúa en el cielo, asumiendo “heridas que no pueden verse”, “sin nada que perder”, dispuesto a ser “libre como un pájaro azul”.

Su videoclip, en el que canta con una venda en los ojos, la semana pasada resultaba inquietante; visto ahora, hiela la sangre. “Su muerte no ha sido distinta a su vida, una obra de arte”, añade la sobrecogedora nota de Visconti, en la que confiesa haber sabido desde hace un año que este sería el desenlace, y revela que Bowie “hizo ‘Blackstar’ para nosotros”.

UN CREPÚSCULO CONSCIENTE

También se entiende más que el cantante rechazara las entrevistas (ya fue así con ‘The next day’, hace tres años, pero ahora, con más motivo: ahondar en el trabajo sin revelar la enfermedad habría carecido de sentido), y que Visconti indicara a la revista británica ‘Mojo’ que ‘Blackstar’ es un disco que “procede de un espacio distinto”. Sí, viene del presentimiento del final, del diálogo íntimo con la muerte. De un crepúsculo al que Bowie se resistió, dice la nota hecha pública a través del perfil del cantante en Twitter, durante este año y medio “con valentía”.




Así como otras figuras del pop y el rock pueden ser asociadas fácilmente a una imagen precisa, a un momento revelador o de esplendor, con Bowie el ejercicio se complica, puesto que hizo de la metamorfosis constante su razón de ser, de ahí su sobrenombre de camaleón. Fue 'mod', brevemente, a mediados de los 60, se transformó en ‘folk singer’ con delirios cósmicos (‘Space oddity’) y renació como andrógino esteta pop con su primer gran álbum, ‘Hunky dory’ (1971). Luego, el estrellato glam alrededor de ‘Ziggy Stardust’ y un tránsito hacia los 80 de vértigo: el futurismo ‘orwelliano’ de ‘Diamond dogs’, el giro funky-soul de ‘Young Americans’, la transición expresionista de ‘Station to station’, la trilogía vanguardista y electrónica con sede en Berlín (‘Low’, ‘Heroes’, ‘Lodger’) y su último clásico, el lunático ‘Scary monsters’ (1980), encabezado por un ‘Ashes to ashes’ en el que reaparecía el Major Tom de ‘Space oddity’ y cuyo avanzado videoclip dirigió David Mallet.

ESPLENDOR EN LOS AÑOS 70

Arte pop como reflejo del signo de los tiempos y en una versión expansiva, refinando el comportamiento escénico (Bowie tomó clases de danza y mimo de Lindsay Kemp), dando al concierto un calado teatral (su gira ‘Diamond dogs’, de 1974, ejercería una influencia en la moderna noción de ‘show’ de Madonna y sus sucesores) y dibujando a un personaje despegado de la realidad, el alienígena sexualmente ambiguo al que nadie se le ocurrió nunca pedirle una canción costumbrista ni con conciencia social. Bowie, capaz de adaptar a Jacques Brel y a Dimitri Tiomkin, de cantar con Bing Crosby (‘El pequeño tamborilero’), de acercarse al cabaret, y de provocarnos con guiños a la estética nazi, siempre estuvo en una dimensión galáctica, y cuando procedió a bajar al nivel terrestre, en los 80, la operación no le sentó bien.

Sí, hay unos años dorados de Bowie acotados en la década de los 70 y sus cercanías. Y luego, dos cambios bruscos. En 1983, ‘Let’s dance’ le convirtió en astro pop ‘mainstream’ y abrió su período más discutido, en el que, según confesó tiempo después, perdió el control de su carrera, confundido por las cifras de ventas y los estadios llenos. Sin embargo, es posible localizar expresiones de interés entre aquella producción con vistas al ‘hit parade’: ‘This is not America’, con Pat Metheny; ‘Under pressure’, con Queen, o la intrigante ‘Loving the alien’, pieza que Bowie rescató en versión desnuda, a voz y guitarra, en su gira póstuma, ‘Reality’ (2003-04) como queriendo decir a sus fans: “Hey, esta era buena aunque la producción no le hiciera justicia”.

CREADOR INFLUYENTE

El otro giro llegó en los 90, cuando trató a toda costa de recuperar un prestigio quizá no perdido pero sí cuestionado. El grupo Tin Machine, del que pretendía ser un miembro más, no llegó muy lejos, aunque recordó que, aun en un momento bajo, era capaz de predecir tendencias: un rock garajero proto-grunge. Luego, un reguero de discos cambiantes, basculando entre el ciber-funk y un rock nuevamente explorador a través del intimismo pop y el drum’n’bass, recuperando el pulso en parte mientras reivindicaban sus logros desde Nirvana (que adaptó ‘The man who sold the world’) hasta el Brit-pop en pleno, pasando por incipientes cultos en las filas industriales, electrónicas y góticas.

Su crisis cardíaca del 2004, cuando tuvo que suspender su última gira en Alemania, precedió a un retiro de los escenarios que se reveló definitivo. ‘The next day’ (2013) le recuperó por sorpresa como creador, y ‘Blackstar’, ya podemos afirmarlo, no era otro regreso sino su despedida. Un disco por el que parece pasear lánguidamente como un espectro, camino de una última morada en la que quizá le aguarde su amigo y enemigo Lou Reed, que nos dejó hace poco más de dos años. Bowie se nos ha ido y, con él, otra piedra angular de una era.

BOWIE Y EL CINE

Su carrera en cine fue tan única como la musical, apareciendo en documentales, recitales y películas de los más variados generos. Entre los documentales y musicales se lo vio en Ziggy Stardust And The Spiders From Mars (1973 – dirigida por D A Pennebaker), Mayor of the Sunset Strip (2003) e Imagine: John Lennon (1988).

Como actor se destacó en títulos como El Hombre Que Cayó A La Tierra (The Man Who Fell To Earth, 1976 - de Nicolas Roeg), Gigolo (Just A Gigolo, 1979), el influyente film de vampiros El Ansia (The Hunger, 1983 – debut en el cine del realizador Tony Scott, con Catherine Deneuve y Susan Sarandon) y Furyo (Merry Christmas, Mr. Lawrence, 1982), Twien Peaks: el fuego camina conmigo (Twin Peaks: Fire Walk with Me, 1992), Zoolander (2001), Arthur y los Minimoys (Arthur et les Minimoys, 2006) y Bandslam (2009).

Es imposible no destacar su rol como el villano de la adorada Laberinto (Labyrinth, 1985), de Jim Henson, el Poncio Pilato de La última tentación de Cristo (The Last temptation of Christ, 1988), Andw Warhol en Basquiat (1998) o Nikola Tesla en El Gran Truco (The Prestige, 2006), de Christopher Nolan.

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