Cinemorelia

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Luchar con tus demonios interiores, lidiar con los recuerdos dolorosos, reconocerte frente a un espejo en la soledad, de eso se trata el viaje que hace Gustavo, un botánico que llega al desierto a tomar apuntes, a filmar en viejos formatos y recolectar muestras de cactáceas del desierto.
Es ahí donde, sin palabras, que el personaje nos platica que lleva en sus espaldas además de su mochila de viaje y garrafón de agua. Conversa con el desierto, se encierra en su círculo de seguridad, se odia a sí mismo  y ahí, justo ahí es que sucede el caos.
Aparece su esposa muerta a la que abraza y teme. Se deshace de ella mientras también busca protegerla del pasado. Padece espejismos cada vez más vívidos hasta que encuentra a un chamán ermitaño que le cura su insolación, su dolor, su carga.

Daniel Castro, el director, llama para protagonista a Brontis, hijo de Alejandro Jodorowsky; aquél niño que entierra su primer juguete y el retrato de su madre para convertirse en hombre para viajar por el desierto, el mismo que llama al actor de vuelta para hacer otra travesía, ahora instrospectiva.

Con una bella fotografía filmanda en su totalidad con luz natural, la película de Castro Zimbrón nos lleva de la mano a recorrer ese santuario natural que clama ser respetado: la Wirikuta. Táu, que significa sol en huichol, es una cinta que maneja símbolos en todo momento, los cuales el espectador puede interpretar y adoptar para entender los ciclos de la vida y la muerte.






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